Se presenta un análisis de la correspondencia entre los papas y los obispos hispanos en un período comprendido entre Cipriano de Cartago y la invasión musulmana de la Península Ibérica, destacándose los siglos V-VI como período de mayor intercambio. Se pretende mostrar, en particular, la interacción entre los obispos de Roma, Hispania y Bizancio y también, en algún caso, del norte de África, mostrando que Roma no impuso su sola autoridad en Hispania, sino que interactuó con otras instancias (especialmente con los concilios ecuménicos); se destaca, de hecho, que las iniciativas de contacto fueron siempre de los obispos hispanos y que Roma no actuó unilateralmente. Además de esa interacción, hay una serie de cuestiones que se repiten en los distintos capítulos del libro: entre ellos, qué temas hispanos preocuparon a los papas, cómo estos ejercieron su autoridad y cómo se fue desarrollando la idea del Primado de Roma. El estudio se basa en los intercambios epistolares, aunque se señalan algunas anomalías desde el punto de vista metodológico: en ciertos casos no se conserva parte de la correspondencia o las cartas no proceden de Hispania; en el capítulo sobre Isidoro de Sevilla la fuente principal no son cartas, mientras que en dedicado a Martín de Braga el intercambio epistolar no es con el papa. También se hace un uso abundante de los concilios hispano-romanos, suevos y visigodos, que guardan estrecha relación con las cartas. Los capítulos se distribuyen en dos partes: una dedicada a la Hispana pre- y visigoda (capítulos 1-9) y la otra a la Gallaecia sueva (capítulos 10 y 11). El capítulo 1 trata sobre el caso de los obispos Basílides y Marcial, que abandonaron la fe durante la persecución de Decio (eran por ello
libellatici) y después pretendían volver a ocupar sus antiguos cargos, para lo que apelaron al papa Esteban I: este apoyó sus pretensiones, enfrentándose a Cipriano de Cartago, lo que abrió un intenso debate (en el que también participó Firmiliano de Cesarea) sobre la autoridad papal y la reentrada de los apóstatas; el caso muestra que en el siglo III la jurisdicción de Roma no era admitida como universal y confirma la estrecha relación de las iglesias de Hispania tanto con Roma como con el norte de África. El capítulo 2 se refiere a la
Directa Decretal, una carta enviada por el papa Siricio a Himerio de Tarragona en 385 como respuesta a una de este dirigida al papa Dámaso (que no se conserva) sobre diversas cuestiones: el A. considera al respecto el trasfondo de la decretal y una serie de aspectos que incluyen la postura de Himerio sobre los priscilianistas y el alcance de la jurisdicción de Roma, concluyendo que la decretal supuso un importante avance de la eclesiología y la autoridad de la sede romana en el Occidente latino. El capítulo 3 se centra en la respuesta de Inocencio I a la petición por parte del Primer Concilio de Toledo de un pronunciamiento acerca del priscilianismo, respuesta de la que se destaca su enfoque ecuménico; en sus comentarios sobre los priscilianistas, Inocencio echa mano de las Escrituras y de los concilios ecuménicos que invoca como el consenso que debe guiar la dirección de la Iglesia. El capítulo 4 se refiere de nuevo a una intervención papal en relación con el priscilianismo, concretamente a una de las más detalladas refutaciones de la secta que se conservan: la carta de León I el Magno a Toribio de Astorga del año 447; el propósito de esta parte es demostrar que los dieciséis puntos de la carta corresponden a las enseñanzas de Prisciliano y sus discípulos tal como fueron transmitidas en los tratados: en relación con el tema se considera también la versión interpolada de la lista de dieciocho errores priscilianistas que se adjuntó al Primer Concilio de Toledo, así como la recepción de Toribio y León I en el Primer Concilio de Braga (561). El capítulo 5 se dedica a la expansión de la autoridad papal en Hispania durante los pontificados de Hilario, Simplicio, Símaco y Hormisdas (ss. V-VI). El capítulo 6 se centra en Gregorio Magno y su correspondencia con los obispos hispanos (en particular con Leandro de Sevilla), buscando explorar el contexto histórico y aspectos de su contenido, como las metáforas teológicas; el A. concluye que el pontífice estaba interesado en lo que sucedía en Hispania, aunque no intervino directamente, sino que extendió su autoridad a través de su emisario Leandro y se limitó a prestar apoyo espiritual y moral. El capítulo 7 analiza las diferentes secciones de la carta (nº 21) de Braulio de Zaragoza a Honorio I, en nombre de los obispos reunidos en el Sexto Concilio de Toledo; el A. se detiene, en particular, en la eclesiología entre Roma, Braulio y los obispos a los que este representaba y en el aparente desacuerdo de los obispos hispanos sobre los judíos bautizados que volvían al judaísmo. Se reseña también la historiografía moderna sobre la carta y se le presta atención especial a su imaginería bíblico-teológica. El capítulo 8 trata sobre el Primado romano según Isidoro de Sevilla, considerando no solo un amplio corpus de obras del obispo, sino dos concilios presididos por él: el Segundo Concilio de Sevilla y el Cuarto Concilio de Toledo; Isidoro no introdujo gran novedad al respecto, ubicó la autoridad papal en el marco de los concilios ecuménicos y defendió su derecho sobre los obispos como patriarca de Occideente, contribuyendo a la difusión de esta eclesiología por la popularidad de sus escritos. El capítulo 9 se refiere a la polémica que mantuvieron los papas León II y Benedicto II en relación con algunos puntos de vista teológicos defendidos por Julián de Toledo en el
Apologeticum, conflicto que se analiza no solo a partir de los testimonios epistolares, sino también de diversos concilios toledanos. Tras unas breves notas sobre Martín de Braga y el reino suevo, que introducen la segunda parte del libro, el capítulo 10 analiza la carta del papa Vigilio a Profuturo de Braga (538), donde se tratan diversas cuestiones (priscilianismo, arrianismo, bautismo, primacía de Roma, etc.). El capítulo 11, finalmente, se dedica al tratado de contenido bautismal
De trina mersione de Martín de Braga, que el A. trata de situar en el contexto más amplio de la Iglesia en Gallaecia y su relación con la sede de Roma. (José Carlos Santos Paz)
Riduci